En los años 80, Xerox era mucho más que una compañía de fotocopiadoras. Era un auténtico santuario de innovación tecnológica. En su laboratorio estrella, el Xerox PARC (Palo Alto Research Center), ingenieros y científicos trabajaban en ideas tan avanzadas que parecían sacadas de ciencia ficción: interfaces gráficas, redes de ordenadores y herramientas que prometían cambiar el curso de la historia tecnológica. Sin embargo, para una empresa que había cimentado su imperio en el papel y la tinta, estas creaciones, por brillantes que fueran, a menudo terminaban archivadas como simples curiosidades de laboratorio, incapaces de encontrar un espacio en su modelo de negocio.
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