A mediados de la segunda década del siglo XXI, los investigadores de Google desarrollaron un algoritmo que marcaría un hito en la historia de la inteligencia artificial: Deep Dream. Basado en redes neuronales convolucionales, su propósito inicial era mejorar la capacidad de las máquinas para reconocer imágenes, pero sus resultados pronto revelaron algo más profundo: el software no solo identificaba patrones, sino que los exaltaba y distorsionaba hasta convertirlos en visiones oníricas, como si la propia máquina soñara.
Mediante un proceso iterativo de realimentación, Deep Dream detectaba estructuras visuales en una imagen y las amplificaba, generando paisajes poblados de formas irreales, rostros emergentes y estructuras alucinantes. Lo que comenzó como una herramienta de optimización visual se transformó en una demostración inquietante de la búsqueda incesante de patrones, reflejando en la inteligencia artificial un sesgo inherente a la mente humana: la pareidolia.
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