En una celda monástica, en algún rincón de la Mallorca del siglo XIII, un hombre obsesionado con la conversión y el conocimiento se dedicaba a diseñar lo que él consideraba el primer sistema universal de razonamiento. Su nombre era Ramon Llull (1232–1316), y su ambición lo llevó mucho más allá de los límites de su tiempo. Filósofo, teólogo, lógico y místico, Llull imaginó una máquina mental compuesta por letras, círculos y reglas que, según él, podría demostrar de manera irrefutable la verdad de la fe cristiana. Su sistema no dependía de la inspiración divina ni de la retórica, sino de la combinación sistemática de conceptos mediante símbolos. A esto lo llamó ars combinatoria, y lo que proponía era nada menos que una lógica general aplicada al lenguaje.
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