Cuando Giovanni Poleni, en los albores del siglo XVIII, ideó su peculiar reloj de madera calculante, quizás no imaginó que aquellas ruedas giratorias serían semillas tempranas en la larga evolución hacia lo que hoy conocemos como inteligencia artificial. Poleni, fascinado por las matemáticas, pero frustrado por sus limitaciones materiales, acabó destruyendo su creación. Sin embargo, su gesto casi poético representa una constante en la historia tecnológica: la tensión entre el ingenio humano y las limitaciones del momento.
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