En 1951, Saul Gorn trabajaba para el Ejército de los Estados Unidos realizando complejos cálculos para el Laboratorio de Investigación Balística. Para ello utilizaba algunos de los primeros ordenadores de la historia: ENIAC, EDVAC y ORDVAC. Aquellos gigantes electrónicos, que ocupaban salas enteras, eran capaces de ejecutar tareas que ningún humano podía realizar a mano en un tiempo razonable. Pero había un problema: cada ordenador tenía su propio idioma, su propia manera de introducir instrucciones, casi como si cada máquina hubiese inventado su propio sistema de signos.
Continúa leyendo con una prueba gratuita de 7 días
Suscríbete a 365 relatos de la Inteligencia Artificial para seguir leyendo este post y obtener 7 días de acceso gratis al archivo completo de posts.