En 1992, mientras la mayoría de los ordenadores aún hablaban con acento anglosajón, un cambio silencioso abrió la puerta a un mundo más amplio. Ese año nació Unicode UTF-8, un estándar que, sin metáforas ni titulares, permitió a las máquinas leer y escribir en todos los idiomas del planeta. No fue una revolución de la inteligencia, sino del entendimiento.
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