Es posible que la historia de la inteligencia artificial no comience en un laboratorio ni en una conferencia académica, sino mucho antes, en el terreno movedizo de la mitología. Porque si aceptamos que toda tecnología nace primero como una idea, entonces el deseo de crear seres artificiales con discernimiento propio es tan antiguo como la imaginación humana.
En la Ilíada, escrita alrededor del siglo VIII a. C., Homero describe cómo el dios Hefesto construía asistentes de oro —doncellas mecánicas— que caminaban, hablaban y pensaban por sí mismas. No eran máquinas en el sentido moderno, pero sí una intuición profunda de lo que siglos después llamaríamos “agentes inteligentes”. Ya en aquel entonces, la humanidad proyectaba sobre el metal sus propios anhelos de conciencia, obediencia y autonomía.
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