En la década de 1990, mientras muchos jóvenes investigadores se dejaban seducir por las promesas de la inteligencia artificial, Michael Frank decidió mirar más allá del entusiasmo. Atraído inicialmente por el potencial de las máquinas inteligentes, pronto se topó con una preocupación que lo cambiaría todo: la energía que requeriría hacer realidad esa promesa. No bastaba con construir sistemas inteligentes; también había que preguntarse si podrían sobrevivir a su propio consumo.
Continúa leyendo con una prueba gratuita de 7 días
Suscríbete a 365 relatos de la Inteligencia Artificial para seguir leyendo este post y obtener 7 días de acceso gratis al archivo completo de posts.