Cuando OpenAI liberó ChatGPT al público, impulsado por la arquitectura GPT-3.5, no se trató simplemente de una nueva herramienta tecnológica. Fue el estallido de un fenómeno cultural, el momento exacto en que la inteligencia artificial cruzó la frontera de lo técnico para instalarse en la cotidianidad de millones de personas. A diferencia de experimentos previos, este sistema no necesitaba manuales, ni conocimientos previos, ni lenguaje especializado. Solo pedía que alguien escribiera “Hola”.
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