Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Alan Turing trabajaba en Bletchley Park descifrando los códigos nazis, quizás no imaginó que décadas después sus ideas alimentarían una criatura mucho más ambiciosa que cualquier algoritmo: la inteligencia artificial. Turing intuía que pensar no era simplemente calcular; pensar era elegir entre posibilidades. Y en esa elección residía el germen de lo que hoy se llama “opcionalidad”.
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