En 1617, apenas un año antes de morir, el matemático escocés John Napier publicó una obra que parecía más un tratado de magia que de matemáticas: Rabdologiæ, o “el estudio de los bastones”. En ella no presentaba fórmulas ni ecuaciones abstractas, sino un conjunto de dispositivos físicos diseñados para facilitar los cálculos aritméticos. Su objetivo era claro: liberar al ser humano de las operaciones más tediosas, transformar el pensamiento numérico en manipulación mecánica. En otras palabras, Napier quería externalizar el razonamiento, encarnarlo en objetos, materializarlo.
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