En 1957, un grupo de investigadores propuso algo sorprendente: utilizar la lógica de la evolución biológica como método para resolver problemas computacionales. Ya no se trataba de encontrar la mejor solución mediante cálculo directo, sino de simular el proceso de selección natural, dejando que múltiples soluciones “compitieran” entre sí, se combinaran, mutaran y evolucionaran hasta dar con una respuesta óptima. Así nacieron los algoritmos genéticos, una rama de la inteligencia artificial que no imita el pensamiento humano, sino la biología de la adaptación.
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